Si algún día alguien dejase de encontrarme ridículo, yo entristecería al conocerme, por esa señal objetiva, en decadencia mortal.
No: no quiero nada.
Ya he dicho que no quiero nada.
¡No me fastidiéis, por amor de Dios!
¿Me queríais casado, fútil, cotidiano y tributable?
¿Me queríais todo lo contrario, lo contrario de lo que sea?
Si fuese otra persona, os daría gusto a todos.
Así, como soy, ¡tenéis que aguantaros!
¡Idos al diablo sin mí!
¿Por qué habíamos de irnos juntos?
¡No me cojáis del brazo!
No me gusta que me cojan del brazo.
Quiero ser solo.
¡Ya he dicho que soy solo!
¡Ah, qué fastidio querer que sea de compañía!
Benditos los que no confían su vida a nadie.
Para el experto navegante, el mar oscuro es ruta clara. Tú, en la confusa soledad de la vida, elige por ti mismo (no te fíes de otro) el puerto.